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100 años de Chabuca Granda, la voz peruana que traspasó las fronteras de Latinoamérica


María Isabel Granda nació en 1920 en el asentamiento de la mina Cotabambas Auraria, a 4.800 metros de altura. A su padre, el ingeniero limeño Eduardo Granda, lo trasladaron a ese recóndito paraje del departamento de Apurímac recién casado con la trujillana Isabel Larco. Se habían conocido en un barco, en el cual la joven Isabel viajaba hacia Buenos Aires.

Al tiempo de arribar al asentamiento nació Eduardo, el primer hijo. La alegría de su llegada no duró demasiado: el niño murió antes de cumplir un mes, víctima de una afección renal. Un 3 de septiembre, al año de tal infortunio, vino al mundo Chabuca. La tragedia, sin embargo, parecía ensañarse con los Granda: esa misma semana, ante la desesperación de los cónyuges, un sorpresivo y voraz incendio destrozó su casa. Un servidor de la familia fue quien sacó a la beba de entre las llamas.

Sus padres, profundamente creyentes, se encomendaron a dios para que la vida de la pequeña transcurriese de forma normal, sin nuevos sobresaltos. Con las dificultades de traslado que había en la época, viajaron a Lima con un único propósito: bautizarla. “No era bien mirada la gente que nacía en la sierra (…). Mis padres me bautizaron en la capital, un poco para ocultar mi nacimiento en la montaña. Sin embargo, con los años, no puedo dejar de agradecerles mi lugar de nacimiento”. Chabuca fue tomando conciencia de su orígen andino. “Nací tan alto que me lavaba la cara con las estrellas”, solía comentar risueña.

Así Chabuquita fue creciendo. Los pobladores del lugar la reconocían por sus cachetes rojizos, curtidos por el frío. Cantaba en quechua, moviéndose al ritmo de los huaynos que las criadas le enseñaban. Aquellos inicios vinculados a la cultura chanca no tuvieron, sin embargo, mayor impacto en su creatividad. Salvo en algunas referencias como la que hace en “El dueño ausente”, un bellísimo vals que refiere a un trance que le toca atravesar a la cocinera de su casa limeña, una paisana de “sus” alturas, quien se había quedado en la gran ciudad tras la infructuosa búsqueda de su esposo. El hombre había abandonado su pago para hacer el servicio militar. Cuando Chabuca le comentó a Aurelia que se había inspirado en ella para componer la canción, su actitud fue escucharla, luego irse a la cocina y ponerse a silbar, señal clara de de la nostalgia del serrano. “Paisana de mis alturas, ingenua niña serrana, / la de mejillas de rosa / y largas trenzas endrinas. / De tu techo colorado / engastado a tus montañas, / ¿qué ilusiones te arrancaron bajando, / de esa tu altiva montaña? / Tu dueño sirve a la Patria / y te dejó a tu cuidado / su maicito y los trigales / y la quinua ya sembrada / en su tierrita escondida/ al fondo de una quebrada”.

A raíz de las inclemencias climáticas, y poco antes de que Chabuca ingresar al preescolar, los Granda decidieron mudarse a Lima. Primero al centro y casi enseguida al distrito de Barranco. Sin sospecharlo, este sería el ambiente donde tomaría gran parte de su inspiración. Conoció, entre otros, a Carlos Saco Herrera (destacado compositor e intérprete de la música peruana), quien le despertó un especial interés por los ritmos vernáculos. Mientras que la calma del Barranco de entonces, el suave murmullo de las olas del mar, el puente (hoy un ícono, por su canción), las pintorescas casas y calles y las escalinatas le regalaron la visión poética que emerge en todas sus letras. A los 12 años, la familia regresó a la capital. Fue un cambio que le chocó. Nunca olvidó las horas de Barranco. Volvió siempre.

Ya en la etapa del secundario se percibía su pasión por la música, sus inclinaciones artísticas. Formó un dúo y luego un trío con el que interpretaban canciones mexicanas, muy de moda en la época.

En los albores de los 40 se casó con el aviador brasileño Enrique Fuller da Costa, y se fueron a vivir a Washington D.C. Por un par de años dejó a un lado la música. Al regresar al Perú volvió de manera gradual a vincularse a ella, mientras criaba a sus tres hijos: Eduardo, Carlos y Teresa

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