"Que tu alimento sea tu medicina, y que tu medicina sea tu alimento". Hipócrates (460-370
Hace 25 siglos, el padre de la medicina, Hipócrates de Cos, ya sabía que la alimentación tiene una influencia decisiva en nuestra salud.
Los sucesivos descubrimientos científicos, que nos han conducido a lo que hoy conocemos como medicina moderna, no han hecho sino consolidar esta sentencia.
Que tu alimento sea tu medicina
El cuerpo humano, en su aspecto molecular, puede considerarse como un gran reactor bioquímico, en el que millones de reacciones químicas se están desarrollando simultáneamente, cada una de ellas con sus reactivos, sus catalizadores, sus productos de reacción y su balance energético.
Muchas de estas reacciones producen energía, que se consume indefectiblemente en llevar a cabo otras reacciones que consumen energía.
El saldo neto, según la primera ley de la Termodinámica, que nos dice que la energía ni se crea ni se destruye, es siempre cero.
Entre los productos de reacción hay moléculas que se incorporan a nuestro organismo de una u otra forma, otras que se transforman inmediatamente y otras que se eliminan por diferentes vías (sudor, aliento, orina, bilis).
¿Y de dónde proceden los “reactivos”, las moléculas que intervienen en estas reacciones? Obviamente, de todo lo que entra en nuestro organismo: de lo que comemos, bebemos y respiramos, fundamentalmente.
Esto, si lo pensamos, es algo elemental, pero no por ello solemos tenerlo en cuenta en nuestra vida diaria.
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De hecho comemos, bebemos y respiramos sin caer en la cuenta de que la calidad de todo lo que entra en nuestro organismo, por una u otra vía, va a tener un impacto bioquímico en él: en energía producida o consumida, en consumo de otras moléculas orgánicas, en nuevas moléculas que deberán ser eliminadas, se incorporarán a nuestro organismo o desencadenarán nuevas reacciones, etcétera.